La Fuerza es el concepto madre de Star Wars, esa visión de valor espiritual y físico que se toma por completo la trilogía original de George Lucas, esa idea mística de que el interior desbordado puede mover montañas en el exterior, una lucha individual de cada Ser, donde la contradicción es un leit motiv y la redención es un concepto impecablemente ejecutado por Darth Vader (Anakin Skywalker).
Y es justamente esa emocionalidad al límite, esa traición que provocan los sentimientos, esa torpeza, ese constante tropiezo y esa búsqueda por revelarse, lo que moviliza a la mejor película de toda la saga: El Imperio Contraataca y es también lo que tiene Andor, el mejor producto de la galaxia tras la cinta que inmortalizó el «Yo soy tu padre».
Porque Andor, que estrena este 22 de abril su segunda temporada, es una historia desgarrada desde las vísceras, con las entrañas sueltas, donde el poder movilizador es la idea de escapar, de romper, de arrasar con todo por un bien mayor. Destruir como bombas de racimo el interior del Imperio y reestablecer el romántico concepto de que el pueblo debe prevalecer.

La crudeza, lo sucio, las tácticas que viajan de boca en boca en la más profunda oscuridad, ese juego de poder en la cloaca, es lo que irradia de luminosidad a un grupo de forajidos que buscan hacer explotar todo.
Nada de esto se sustentaría como idea, si no tuviéramos la guía visual y narrativa de Tony Gilroy, las actuaciones impecables de Diego Luna, Kyle Soller, Denisse Gough, Genevieve O’Reilly, Faye Marsay o Stellan Skarsgard, o esa incorporación de Andy Serkis en la temporada 1 o el regreso de Forest Whitaker ahora para la segunda temporada.
Esa atmósfera no sería perfecta, si no hubiera sido por la música de Nicholas Britell, que sin ser pretenciosa y llena de fanfarrias como las de John Williams, logra entregar esa extraña calma antes de la tormenta.
Andor es un deleite para los sentidos porque nos conecta con instintos primitivos: la supervivencia, el deseo de prevalecer a toda costa, y la lucha como principio rector.
Como en El Imperio Contraataca, la esperanza se derrumba, porque sabemos que a la larga la batalla se perderá, que ellos vencerán y que habrá sometimiento y angustia. Pero es en esa rebeldía contra la adversidad donde Andor tal como en la trilogía original, nos enseña que el triunfo es una casualidad, un momento, un fugaz chispazo que nos dará un instante fulgurante de felicidad, porque la guerra se ganará eventualmente, pero eso no detendrá la rueda de la galaxia, esa que siempre nos recuerda que somos simples mortales.